CAMPAÑAS SOLIDARIAS DE AYUDAS SOCIALES

POBREZA Y POBREZAS: CUATRO CUADROS PARA LA CONTEMPLACIÓN DE LA OTRA CARA DE PANAMÁ

Nos vamos a Madrid-Barajas. Vuelo directo de Iberia Madrid – Panamá. Unas once horas de vuelo. Vemos las zonas de rascacielos, según nos acercamos al aeropuerto de Tocumen (Panamá). No es Nueva York, ni San Francisco, ni Singapur… Es Panamá capital y el Canal no nos engaña; ahí está. Además, están construyendo nuevas esclusas más modernas y más grandes. Un país próspero y moderno, a primera vista.


Vamos ahora a la Terminal de Buses. Billete para San Félix, provincia de Chiriquí. Seis horas de viaje, 361 kilómetros. Hemos llegado a mi parroquia, que atiende cinco pueblos: San Félix, Las Lajas, Lajas Adentro, Santa Cruz y Juay. Son pueblos pequeños de población latina e indígena (ngäbe). No todo es miseria, pero hoy os llevo a cuatro rincones de diversas pobrezas. Las fotos no mienten. Para mí son rostros conocidos. Os los acerco a vosotros, como el reverso de la moneda de lo que vimos en el primer acercamiento a Panamá, desde el avión.

Os presento a Héctor Jurado (83 años), Magdalena Jurado (42) y Joaquín Medianero Jurado (36). Héctor, es el padre de Magdalena y el abuelo de Joaquín. Se puede apreciar en la foto que hija y nieto son disminuidos psíquicos. Por supuesto, los tres son analfabetos. La única entrada al mes son los 100 dólares que el gobierno le da al señor Héctor gracias a un bono que se llama “Cien a los setenta”. Cien dólares por ser ya mayor de setenta años y no tener otras entradas. Ese es el dinero disponible para el mes, unos noventa euros. Algunas medicinas las pueden conseguir en el Centro de Salud, otras no. Siempre me pregunto: ¿Y cuando se muera el señor Héctor, qué va a ser de los otros dos? Lo que más me llama la atención es cuando el abuelo, levantando los ojos al cielo, acompañando el gesto con el dedo índice, me dice: “Dios primero que no nos va a faltar la ayuda del Señor”. Y es entonces cuando a uno le viene a la mente aquello del evangelio: “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”.

Luis Carlos Pinzón Alvarado (86) está ciego. Trabajó con fertilizantes químicos en las bananeras y le afectó a la visión. Lleva así varios años. Lo que se ve en la foto es toda su casa, un solo cuarto. En la parte de atrás tendrá una letrina. Pasa todo el día solo, sentado o acostado. Días interminables y noches sin amanecer para sus ojos cerrados. Paso muchas veces en coche por delante de su cuartito y ahí está, en la misma silla, en la misma postura, en la soledad de siempre. Me pregunto: ¿En qué pensará todo el santo día… y quizás parte de la noche? En la casa de al lado vive su madre, de 107 años, doña Petita,  y una hermana, ya mayor y bastante enferma. Olga, una familiar, les cuida y les da la comida. Visitar esa familia es un paseo por distintas pobrezas: soledad, aislamiento, suciedad, semiabandono… ¡Otro que malvive con “Cien a los setenta”! Cuando le visito lo que más le gusta es que le cuente cosas de España. Nunca le he visto desesperado ni contrariado ni maldiciendo su suerte. Cuando uno lee en el Evangelio que los ciegos que se acercaban a Jesús lo único que le pedían era: “Señor, que vea”, lo entiende mucho mejor después de pasar unas cuantas horas con “Lucho”.

Se  llama Manuel González (92), pero todo el mundo le conoce como “El Amiguito”. Así le gustó siempre que le llamaran; mucha gente no sabe su verdadero nombre. Fue policía en el Canal. Está prácticamente ciego, con demencia senil y lo único que dice y repite continuamente son dos o tres cosas referentes al Canal y que él mandaba… Ahí está, en ese cuartito, todo el día y todos los días. De una visita a otra visita no cambia nada: la misma postura, la misma cantinela del Canal y una paz imperturbable. Era muy perseverante en la asistencia a la iglesia, años atrás. Una señora vecina, por pura solidaridad y caridad, le lleva la comida todos los días. A cambio de nada. “Amiguito” tiene un hijo en Panamá pero casi no lo visita.  Los “próximos” (vecinos) son los verdaderos “prójimos”. Me imagino que tendrá una pequeña asignación mensual como policía jubilado. Abandono de la propia familia y acogida por la “otra familia”, la de la gente que se acerca al necesitado como el samaritano al judío marginado al borde del camino de la vida. Y uno siente que el Evangelio sigue vivo entre nosotros, lo único que nos hace falta es abrir los ojos a la vida y dejar que el corazón sienta. Si el sentimiento de la compasión ya no nos inquieta, mal va nuestro nivel de humanidad.


Ahora nos vamos a un hogar de indígenas ngäbes. Lo de “hogar” es un decir; la foto habla por sí misma. El señor Manuel Zapata (87) está en cama, en este momento con sonda para poder orinar. La señora María Santos (91), esposa de Manuel, es diminuta y arrugada… así la ha dejado la vida. Hace menos de un año enterramos a uno de sus hijos, Aníbal, muerto por causa del SIDA.  Acompañan la foto una nieta, Alba (14 años y ya madre del bebé que lleva en brazos) y dos hermanitos suyos. La señora María “no tiene papeles”, es decir es indocumentada; oficialmente “no existe”… aunque esté ahí y haya tenido muchos hijos, como es común entre su etnia. Por supuesto los dos mayores son analfabetos. La niña-mamá no creo que haya tenido mucho tiempo para asistir a la escuela. Como es propio en las mujeres ngäbes, visten su “nagua”, de diferentes colores. ¿Cuántas pobrezas hay acumuladas en una sola imagen de pobreza?  Os lo dejo como tarea. Por supuesto, el señor Zapata nunca se pierde la Eucaristía que celebramos en su barrio.  Dios está en su vida, en medio de la miseria. Y uno queda cuestionado…

P. Julián González Barrio S.I.

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